JOSÉ IGNACIO RUCCI, UN ARGENTINO.
JOSE IGNACIO RUCCI, UN ARGENTINO
Hoy, 25 de septiembre, se cumplen 37 años del asesinato de José Ignacio Rucci.
Asesinato a un dirigente amenazado, de larga trayectoria de lucha. Asesinato anunciado en las movilizaciones organizadas por quienes lo ejecutaron.
Asesinato reconocido casi inmediatamente por sus asesinos, aunque en forma recelosamente indirecta: “¡Los reventamos!” era el título de la revista semanal (El Descamisado) de la llamada “Tendencia Revolucionaria”, dos días después del crimen.
No hacían falta tantos años de inteligentes sutilezas como para establecer, casi pasadas cuatro décadas la posibilidad de la sospecha de la autoría…
Que era evidente que lo buscaban para matarlo, lo sabía “el Petiso” mismo. Es más lo advirtió pública y reiteradamente, sin dudar en señalar a quienes lo harían, pero manifestando un único temor:”no poder mirarlos a la cara”…
Se sabe… (¡se saben muchas cosas!, y son muchas mas las que se intuyen…) que Lorenzo Miguel se reunía políticamente con quienes asesinarían a Rucci (lo cuenta Perdía mismo), y les había dicho. “este Petiso se cree Napoleón”…
Está bien, Napoleón si quieren, pero pobre, humilde, honesto, trabajador, decente, y sobre todo patriota y peronista leal. Incapaz de traicionar a un compañero, de entregar una lucha gremial, de transar en arreglos de sobremesa.
Le escribe en una carta al General Perón, en la que describe el accionar de los traidores, tibios y acomodaticios, mas o menos lo siguiente:”Ya se, General que usted está al tanto, pero se lo digo para que sepa que yo también conozco el paño…” No quería competir con Perón, ni compartir la conducción, ni desplazarlo, ni especulaba con su muerte, con esas líneas demostraba su noble fidelidad esclarecida.
“¡Me mataron un hijo!”, dijo Perón al enterarse, y poco después sollozaba al descubrir su busto en la CGT.
Perón -un hombre tan fuerte, tan pudoroso de sus sentimientos- lloraba la muerte de José Ignacio Rucci, sabiendo que no podía contar ya casi más que con sus propias fuerzas para atravesar el cangrejal de la realidad argentina.
No podemos ahora ponernos a hacer historia “contra–fáctica” (“¿qué hubiera pasado si…?). Conocemos lo que pasó, y sabemos que mucho -tal vez casi todo- fue consecuencia de ese crimen insidioso.
¿Basta acaso, ahora, con el mero recordatorio?
¿Alcanza con la elucidación de responsabilidades?
¿Es suficiente, con el reclamo y la eventual resolución de la justicia?
En cierto sentido, si. No sólo en el espacio recoleto de su familia, de sus allegados, de sus amigos, sino en el más amplio de sus compañeros del Movimiento.
Pero además -no se esconde la lámpara bajo el celemín-, los héroes están para ser imitados, para servir de modelo, para ser cantados.
Y entonces quizás, sólo quizás -pero es nuestra esperanza- alguien levantará su ejemplo y cambiará la historia de la Argentina.
¡José Ignacio Rucci, ruega por nosotros!